Contribución de
la Biotecnología a la conservación del ambiente: el
caso de las plantas transgénicas
Si
bien el término es relativamente nuevo, el hombre practica la biotecnología
desde que empezó a utilizar la materia viva que lo rodeaba para mejorar
su bienestar. Ejemplos de estas prácticas antiquísimas que hoy llamamos
biotecnología son la domesticación o mejoramiento genético de plantas
cultivadas y animales. La gran diferencia entre la biotecnología
"antigua" y la que se conoce hoy en día es que la primera fue,
mayoritariamente, empírica y la de hoy tiene en la ciencia su fundamento
más importante.
En
estos últimos años se logró descifrar cuáles son las moléculas así
como las instrucciones que, a escala molecular, codifican para los
caracteres como la resistencia a enfermedades, el color de las flores,
etc.; así como las mismas se transmiten de célula a célula y de
generación en generación. Los genes son, entonces, segmentos de una molécula
llamada ADN cuya secuencia química porta la información codificada de
una característica. Un punto importante de todo este proceso es que,
aprovechando la universalidad del código genético, la información puede
ser intercambiada entre sistemas que antes eran incompatibles lo que, a
nivel biológico, significa superar barreras reproductivas pudiendo
transferir información genética entre una bacteria y una planta (por
ejemplo). De esta manera, el mejoramiento genético no se ve limitado por
estas barreras reproductivas.
Si
bien en el mejoramiento clásico se conocen desde hace años ejemplos de
cruzamientos muy amplios (trigo con centeno, por ejemplo), no todas las
especies tienen esta posibilidad y además la transferencia no es
"limpia" ya que no se limita a un gen de interés sino que se
transfiere todo el fondo genético (muchas veces indeseable) que acompaña
el gen de interés.
¿Qué puede hacer (y hace) la biotecnología por la agricultura
sustentable?
Dada la amplitud del campo nos referiremos exclusivamente al caso de las
plantas y no haremos referencia a los microorganismos (la bioremediación
y los bioherbicidas, por ej.) o a los animales por falta de tiempo. Desde
que existe la agricultura, las cosechas se vieron afectadas por
enfermedades virales, bacterianas y fúngicas, por ataques de insectos,
competencia de las malezas y por problemas climáticos como falta o exceso
de lluvia, calor o frío, etc. Muchos de estos problemas se mitigaron
mediante el mejoramiento genético tradicional, pero dada su lentitud, la
agricultura se hizo altamente dependiente de agroquímicos (pesticidas,
herbicidas, etc.). El leit motiv es que si no se puede adaptar el cultivo
al ambiente en forma rápida y satisfactoria, se modifica el ambiente
(laboreando el suelo y utilizando agroquímicos) para satisfacer los
requerimientos del cultivo (invirtiendo el paradigma del
mejoramiento).
Lamentablemente,
muchos de estos productos químicos, como el DDT, 2,4,5-T, 2,4-D,
dieldrina y organofosforados son notoriamente perjudiciales para el medio
ambiente y la salud humana debido a que pueden persistir en la cadena
alimentaria. Para colmo, muchos de los insectos y agentes patogénicos se
han vuelto resistentes a estos productos químicos, por lo que el
agricultor tiende a elevar las dosis utilizadas. La ingeniería genética
ofrece volver a la situación en la que el cultivo se adapta al ambiente,
es decir proveerle de los transgenes necesarios para defenderse aumentando
la sustentabilidad, minimizando el impacto sobre el medio ambiente y la
salud humana. De hecho, hasta los más recalcitrantes opositores de la
biotecnología reconocen en ésta, a la única salida viable para proveer
más alimentos a la creciente población humana, a costos razonables.
Algunos ejemplos que ya son realidad:
En varios casos estas promesas de la biotecnología agrícola son hoy
realidades. Un ejemplo son las llamadas "plantas Bt" como los maíces
Bt que se comercializan en nuestro país a través de tres compañías
semilleras distintas. El transgén presente en estos maíces es una
modificación de un gen natural presente en la bacteria del suelo Bacillus
thuringiensis la cual se conoce desde hace más de treinta años por su
utilización para el control biológico de plagas. Los datos de más de 30
años de investigaciones avalan la ausencia de toxicidad de la proteína
Bt en humanos y animales domésticos por lo que está considerada como
inocua para la salud humana y el ambiente, tal es así que se recomienda
ampliamente en la agricultura orgánica. Las plantas transgénicas
conteniendo este gen se comportan como si hubiesen sido tratadas con este
agente de control biológico de plagas y presentan la ventaja, en el
momento de su consumo por el hombre, de estar tan libres de pesticidas químicos
como los cultivos producidos orgánicamente.
Otro
beneficio para el ambiente es que, a diferencia de los insecticidas químicos,
las plantas transgénicas sólo afectan a los insectos plaga (aquellos que
"se comen" la planta) y no a insectos benéficos como pueden ser
las abejas.
A pesar de lo antedicho acerca de los agroquímicos, resultaría injusto
poner a todos los herbicidas en la misma bolsa. Hay en el mercado
herbicidas como el glifosato (comercialmente conocido como Round Up®), el
glifosinato (Liberty®, BASTA®, etc.) o el bromoxinilo, los cuales son
muy distintos al 2,4-D o el 2,4,5-T. Los primeros son poco contaminantes
ambientalmente debido a su rápido recambio (se degradan más rápidamente)
por lo que al poco tiempo no quedan trazas de los mismos. Los segundos son
conocidos por su persistencia y se los puede encontrar contaminando napas
acuíferas usadas para consumo humano. La aparición de plantas transgénicas
de soja, maíz y algodón con resistencia contra esos herbicidas involucró
un cambio en la cantidad (disminución) y el tipo de herbicidas (más benéficos
para el medio ambiente) que se utilizan para el control de malezas
facilitando, en el caso de soja, la siembra directa (lo que disminuye la
erosión del suelo).
En
el caso concreto de la utilización de soja transgénica, ésta ha
permitido reducir los costos de producción de este cultivo, tal es así
que se atribuye al uso extensivo de esta tecnología la drástica caída
en el precio internacional de este grano que se produjo este año. Si bien
esto no es muy bueno para el productor, sí lo es para el consumidor dado
que los alimentos derivados tendrán precios más accesibles.
En
Estados Unidos, Canadá, China y otros países (en un futuro cercano en
Argentina) se comercializan plantas con resistencia a enfermedades
virales. Un ejemplo es el caso de la papa que se utiliza para fabricar las
populares papas fritas que se importan y venden en el país en envases
tubulares. Lo interesante de estas estrategias es que se suele utilizar
genes del propio patógeno para disparar sistemas de defensa natural de la
planta y así protegerla. Resulta algo parecido a una vacunación
permanente y genéticamente heredable. En los actuales sistemas de control
de virosis, se utilizan plaguicidas para el control de los pulgones
vectores. Su uso podrá disminuirse si las plantas resisten a los patógenos.
Algo similar puede predecirse para el caso de la resistencia a
enfermedades fúngicas y el uso de fungicidas (considerados altamente
contaminantes).
Riesgos para el medio ambiente
Los
riesgos hacia el medio ambiente se refieren, fundamentalmente, a la
posibilidad del flujo génico hacia especies vegetales relacionadas. Por
ejemplo, un gen de resistencia a un herbicida podría transferirse de una
planta transgénica a otra especie vegetal sexualmente compatible. Si bien
ello es posible, para que este gen se mantenga en forma estable, debe
conferir a la planta receptora alguna ventaja competitiva.
Por ejemplo,
una maleza que adquiera un gen de resistencia a un herbicida no se
transformaría por ello en una "supermaleza", sino que sólo
obligaría a usar otro herbicida para combatirla, y eventualmente
eliminarla. El primer perjudicado no sería el ambiente, sino la compañía
propietaria del herbicida original.
En
el caso de los genes insecticidas, el principal problema es que su uso
generalizado origine resistencia en los insectos, a semejanza de lo
ocurrido con los insecticidas químicos. Este es un problema de manejo
agronómico y no guarda relación alguna con las características intrínsecas
de los insecticidas biotecnológicos. Por lo tanto, es seguro que los
insectos desarrollarán, tarde o temprano, tolerancia a las plantas como
producto de la selección de variantes resistentes. Varios países
(incluyendo la Argentina) implementan o implementarán programas de manejo
de la resistencia (como es el caso del propuesto por la Coalición Bt en
América del Norte) con el objetivo de controlar los insectos resistentes.
¿Porqué los científicos piensan que los riesgos son pequeños?
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Las técnicas de ingeniería genética permiten limitar la transferencia
de ADN exclusivamente al gen que se desea introducir, del cual se conocen
pelos y señales, por lo que no se esperan a priori efectos indeseables.
Por ejemplo, la tecnología moderna permite comparar, mediante bases de
datos, si el transgénico tiene algún potencial tóxico o alergénico para
humanos. Esto permite predecir su comportamiento aún antes de dárselo a
comer a animales experimentales. Por supuesto que esto no excluye la
realización de los ensayos como requisito para su aprobación como
alimento.
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Si bien se debe tener precauciones para que el cultivo no se convierta en
una nueva maleza invasora o que algún patógeno se convierta en un
superpatógeno, hoy se sabe que estos caracteres se deben a la interacción
de muchos genes, por lo que es improbable que unos pocos genes nuevos
puedan modificar tan dramáticamente el status quo.
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La evolución de la vida está basada en la selección natural de
mutaciones exitosas que ocurren al azar en la naturaleza. La selección
artificial que llevó a la domesticación de cultivos y animales también
se basan en el mismo principio. La biotecnología moderna agrega precisión
a este proceso natural y permite combinar aquellas combinaciones exitosas
obtenidas independientemente en distintas ramas de la evolución. Desde
hace años se utilizan microorganismos como la bacteria Escherichia coli
como sistema de prueba de laboratorio de cualquier combinación
imaginable. En los 70, incluso se introdujeron medidas de seguridad en los
laboratorios que ensayaban oncogenes en estas bacterias. Se temía que un
escape de estos microorganismos podía transmitir cáncer de una manera
nueva. Los temores fueron infundados. En esta bacteria se introdujeron
genes de toda clase y origen desde la década del 70 en miles de
laboratorios en todo el mundo y jamás se observaron efectos detrimentales
para el ambiente y la salud humana.
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Sin
embargo, a pesar de que toda esta experiencia genera confianza, se debe
seguir manteniendo gran cuidado y precaución cada vez que se libera un
nuevo producto al ambiente.
¿Cómo se controla en Argentina?
La CONABIA (Comisión Nacional de Biotecnología Agropecuaria) es una
comisión multidisciplinaria de expertos que asesora al Secretario de
Agricultura, justamente, en temas de bioseguridad referidas al impacto de
los OVM (organismos vivos modificados) en el medio ambiente de nuestro país.
Está compuesta por biólogos moleculares, genetistas, ecólogos, fisiólogos,
mejoradores, microbiólogos, etc. provenientes tanto del sector público
(Instituto Argentino de Sanidad y Calidad Vegetal, del Servicio de Salud
Animal, del Instituto Nacional de Semillas, INTA, CONICET, Universidad de
Buenos Aires) como del sector privado (Asociación Argentina de
Semilleros, Sociedad de Ecología, Foro Argentino de Biotecnología,
etc.).
Esta
comisión es pionera a nivel de América Latina (data de 1991) y es
respetada a nivel mundial en estos temas. Se trata de una comisión técnica
que estableció las reglamentaciones
que deben seguirse para liberar al medio ambiente los OVM y analiza, caso
por caso, cada uno de los organismos que se desean liberar utilizando
criterios científicos para el análisis y evaluación de riesgos y de las
medidas para minimizar los posibles impactos. La CONABIA supervisa todos
los ensayos que se realizan en el país mediante inspecciones in situ que
se repiten durante cada ensayo para comprobar que se cumplen los
requisitos de bioseguridad establecidos, entre otros, la eliminación de
materiales al finalizar cada prueba.
El
control se extiende luego por 2 o 3 años, de acuerdo con la especie de
que se trate, para establecer que no haya habido "escapes". Los
ensayos se realizan a escala de invernadero, de pequeña y gran escala, y
de propagación pre-comercial. Las liberaciones comerciales se aprueban
luego de este proceso. Se autorizaron más de 200 de evaluación de
ensayos de campo desde 1991 y el aumento es exponencial.
Conclusiones
La Argentina apostó a tiempo a renovar su agricultura mediante
innovaciones tecnológicas que permitan mantener su competitividad,
respondiendo así a la tendencia a un mercado cada vez más globalizado.
Asistimos a una reconversión dirigida a crear las bases de una
agricultura estrechamente entrelazada con el sector agro-industrial.
Debemos optar entre tecnologías de los años 50, muchas de las cuales
conllevan un efecto claramente destructivo del medio ambiente y un alto
costo energético, o tecnologías más "blandas", que involucran
fundamentalmente a las nuevas biotecnologías.
Si
se sigue actuando con inteligencia y se invierte lo necesario, la
agricultura argentina podrá ingresar tempranamente a la revolución genética
y aumentar enormemente su valor agregado. La rápida adopción de las
plantas transgénicas es sólo un aspecto importante de ello, pero no el
único. Uno de los aspectos que distinguen esta revolución genética es
que su insumo más importante es el conocimiento científico. La
existencia de buenos científicos y tecnólogos permitió crear el sistema
de control confiable del que se habla más arriba e impulsó la rápida
transferencia al productor.
Sin
embargo, la Argentina no podrá tener un desarrollo persistente de
vanguardia en biotecnología si no invierte con continuidad en investigación
científica propia que sirve de base para su aplicación (convirtiéndola
en una política de estado como en otros países). Lamentablemente, el
estrangulamiento presupuestario que destruye a las instituciones científico-técnicas
(como el INTA) ante la más mínima coyuntura económica (como la
presente) no está en esta dirección.