AGRICULTURA
 

Manejando la nutrición mineral

El cultivo de girasol en la República Argentina se extiende desde las provincias de Formosa y Chaco hasta el sur de la de Buenos Aires, en un rango sensiblemente variado de condiciones agroecológicas. Si bien la producción media de grano ha mostrado un marcado crecimiento en los últimos 20 años, los rendimientos actuales (de aproximadamente 1800 kg/ha) contrastan significativamente con los logrados en sistemas intensivos de cultivo (de alrededor de 4000 kg/ha). Entre estos extremos se conjugan e interactúan factores ambientales, fisiológicos y de manejo tecnológico del cultivo, entre los que se encuentran las deficiencias nutritivas. 

El girasol requiere de la provisión de abundantes niveles de agua y nutrientes, con demandas proporcionales a los rendimientos logrados, por lo que para el logro de cultivos de alta producción se acentúa la necesidad de un adecuado manejo en la provisión de nutrientes. 

A nivel mundial, son numerosas las experiencias que describen respuestas positivas en la producción de grano y aceite ante el agregado de fertilizantes. En nuestro país, los antecedentes verificables de estudios similares se remontan al inicio de la década de 1970, intensificándose en la última década con resultados variables pero con una evidente respuesta positiva a la aplicación de fertilizantes. 

En sistemas de siembra directa los resultados son coincidentes, indicándose que la ausencia de remoción del suelo en este sistema induce a una menor fertilidad actual con limitaciones en la provisión de nitrógeno, recomendándose la fertilización con dosis moderadas de fertilizantes nitrogenados aún en suelos provenientes de pasturas (Redolatti y col., 2000; Mirassón y col., 2000). 

El objetivo de este artículo es resumir algunos de los logros de los estudios de fertilización hechos en cultivos de girasol de alta producción, con especial interés sobre las experiencias realizadas con nitrógeno, fósforo y boro, ya que éstos han sido descriptos como los elementos que en mayor magnitud y frecuencia limitan la normal producción de girasol en la República Argentina. 

El cultivo de girasol acumula unos 5 kg. de fósforo en toda su parte aérea, por cada tonelada de grano que produce. Si bien los requerimientos de este elemento son máximos 40 días después de la emergencia de las plántulas, la escasa movilidad en el suelo del fósforo, junto con el lento proceso de captación (difusión) requieren que la fertilización fosfatada se realice en el momento de la siembra. 

Este nutriente induce un aumento en el desarrollo radical, permitiendo una mayor exploración del perfil de suelo. Según un estudio descripto por Valetti e Iriarte (1995), la longitud de las raíces secundarias en el estado de 8 hojas fue de 179,8 m en el tratamiento con 50 kg de superfosfato triple/ha, mientras que en el testigo sólo se extendieron 62,3 m. Otros de los beneficios del agregado de fósforo es el aumento en la velocidad de implantación y en el desarrollo del área foliar del cultivo. Esta respuesta le permite al cultivo lograr una implantación rápida y uniforme.

La respuesta del cultivo al agregado de fósforo es significativa cuando la disponibilidad en la capa superior del suelo, según el método de Bray y Kurtz nro. 1, es inferior a 10-12 ppm, lográndose incrementos medios de 400 kg/ha de grano con aplicaciones de 30 a 40 kg de P205/ha. Como los fosfatos son captados por las plantas por mecanismos de difusión, proceso que se ve reducido con bajas temperaturas del suelo (situación que se presenta en sistemas de siembra directa o en fechas de siembra temprana), es conveniente el uso de aplicaciones fosfatadas aún en suelos con niveles edáficos de 17 ppm o superiores.

Estudios desarrollados en Tres Arroyos (provincia de Bs. As.) muestran efectos beneficiosos ante aplicaciones profundas del nutriente (a 10-15 cm de profundidad), comparadas paradas con fertilizaciones convencionales en la línea de siembra. Una explicación de este comportamiento está dado por la mayor probabilidad de disponer humedad en el suelo para solubilizar el fertilizante y facilitar su captación por la planta. En aplicaciones fuera de la línea de siembra y al voleo es indispensable su incorporación en el suelo, además de un incremento en aproximadamente un 50% de la dosis recomendada, según los análisis del suelo. 

En condiciones de suelos con deficiencias de fósforo y pobres en materia orgánica, los mejores resultados de fertilización se logran combinando aplicaciones de fósforo en el momento de la siembra y refertilizaciones con nitrógeno durante el desarrollo vegetativo (Martín y Marangón, 1990) o total en el momento de la siembra. Aguirrezábal y col., (1996) describen un mayor ritmo de crecimiento de las plantas individuales durante sus primeros estadios cuando se aplican fertilizantes con nitrógeno y con fósforo por debajo de la semilla en el momento de la siembra. 

Las fuentes más comunes para la corrección de deficiencias fosfatadas son el superfosfato triple (46% de P205) Y el fosfato diamónico (18% de N y 46% de P205), aunque el uso de este último en dosis superiores a los 60 kg/ha requiere de la aplicación alejada al menos 2,5 cm de la línea de siembra, dado que la liberación de amoníaco por la hidrólisis del fertilizante produce efectos fitotóxicos sobre las semillas y plántulas del cultivo, afectando su producción. 

Un estudio desarrollado en el INTA Gral. Villegas en 1998-99 muestra que aún las aplicaciones profundas (a 25 cm de profundidad) de fosfato diamónico inducen reducciones en la respuesta del cultivo, ya sea afectando la concentración de materia grasa o la producción de aceite. 

La textura de los suelos y sus contenidos de materia orgánica son datos importantes a considerar, al evaluar los potenciales efectos fitotóxicos de estas aplicaciones. En suelos con texturas arenosas, pobres en materia orgánica o en condiciones de sequía, las dosis de riesgo, para evitar estos daños, son significativamente menores. 


Fertilización nitrogenada

El nitrógeno es el elemento nutritivo que en mayor medida limita la producción de girasol en la República Argentina, y se han descripto respuestas significativas a la aplicación de fertilizantes nitrogenados en todas las regiones girasoleras. Este elemento cumple un rol fundamental al regular el desarrollo del área foliar y su duración verde en el período posterior a la floración, con una tasa de absorción y acumulación máxima entre los 25 y 70 días después de la emergencia del cultivo. 

Los requerimientos medios son de 40-45 kg de nitrógeno por tonelada de grano producida. Asegurando una adecuada provisión de nitrógeno (N) antes de la iniciación floral (cuando las hojas pasan de posiciones opuestas a alternas), se afecta mayormente el número de granos; aplicaciones posteriores sólo modificarían parcialmente el peso de los granos influyendo en mayor proporción sobre su contenido de proteína, y disminuyendo la concentración de aceite en los granos (Valentinuz, 1999). Cuando la fertilización se realiza en etapas de desarrollo temprano del cultivo (entre la siembra y el inicio de floración), se puede estimular el desarrollo exhuberante en biomasa, que reduce la duración del área foliar verde postfloración debido a la proliferación de enfermedades o a consumos hídricas excesivos que limitan su normal provisión durante el llenado de los granos en condiciones de escasos aportes de agua. 

Las dosis asociadas a los máximos rendimientos varían entre 40 y 120 kg de N/ha. Niveles excesivos inducen a pérdidas de rendimiento al predisponer el cultivo a enfermedades (Verticillum, Sclerotinia, etc.), a retardos en la maduración, a disminuciones excesivas en el contenido de materia grasa, a quebrados del tallo, al vuelco, etc. 

La textura de los suelos es uno de los factores que explica parcialmente las diferencias encontradas en las respuestas al agregado de nitrógeno. Por ejemplo, Teach (1979) concluyó que en Chaco, con abundantes precipitaciones entre siembra y floración, las aplicaciones de nitrógeno muestran efectos positivos en suelos de texturas francas y no así en los arcillosos, en los que los efectos de esta práctica fueron negativos. 

En suelos de la región semiárida pampeana, Zingaretti y col., (1991) describieron interacciones significativas debidas a la densidad de los cultivos, con aumentos en la producción de granos de hasta el 46% respecto del testigo sin fertilizar, en las condiciones de mayor densidad de plantas. En el INTA Gral. Villegas se observó en dos campañas consecutivas que las aplicaciones de 40 kg de N/ha en el estadio de V6 indujeron mayores rendimientos en cultivos sembrados temprano (octubre), con densidades de entre 47000 y 64000 plantas/ha, y con maíz como cultivo antecesor. 

Estudios desarrollados en la región de la Pampa Arenosa durante cinco campañas consecutivas muestran aumentos medios del 11 % en la producción de grano, debidos al agregado de 40 u 80 kg/ha de nitrógeno como urea. 

En promedio, cuando se aplicaron 80 kg/ha de urea se lograron aumentos de 7 kg de grano por cada kg de nitrógeno aplicado. En el mismo estudio se observó que en condiciones de excesos hídricos (campaña 1997-98) se presentaron reducciones significativas en los rendimientos de grano cuando se aplicaron 160 kg/ha de urea. Observaciones hechas por el Dr. A. Ivancovich en el zona oeste de la provincia de Buenos Aires durante la campaña 1997-98 muestran que a medida que aumenta la dosis de nitrógeno aplicado, aumenta la incidencia (medida como el porcentaje de plantas con síntomas) de Verticillum dahliae durante el estadio R5.9/R6.

En esta misma región se estableció que en campañas en las que la provisión de agua fue de moderada a normal, el nivel de respuesta está condicionado por la disponibilidad de agua en el momento de la siembra o en floración. 

En sistemas de siembra directa la disponibilidad de nitrógeno es limitada, y se caracterizan por un manejo que permite una mayor conservación y economía del agua, por lo que la eficiencia en el uso de fertilizantes con nitrógeno es mayor que en sistemas de labranzas convencionales con remoción. La duración del período de barbecho, determinado por el cultivo antecesor y el manejo de los rastrojos, influye significativamente sobre la cantidad de agua acumulada en el suelo. 

Por ejemplo, en el oeste bonaerense es común observar diferencias de hasta 100 mm de agua en el momento de la siembra del girasol con antecesor maíz (270 mm) o pasturas secadas tardíamente (187 mm), y situaciones intermedias (214 mm) si el antecesor es un verdeo de invierno (Quiroga, 1999). 

La continuidad de los sistemas de siembra directa constituye una importante herramienta para el logro de cultivos de alta producción, mejorando el aprovechamiento del fertilizante aplicado. Por ejemplo, Bergh y coL, (2000) observaron en un estudio de fertilización y sistemas de labranzas, para la rotación trigo/girasol en Barrow (Provincia de Buenos Aires), que cultivos de girasol en sistemas de siembra directa discontinuo (realizando labores en el trigo) requerían aplicaciones de 80 kg/ha de N (como urea, en V6) para el logro de rendimientos similares a los obtenibles con aplicaciones de 40 kg/ha de N en sistemas de siembra directa continua. 

Los nitratos acumulados hasta la siembra en los 30- 50 cm superficiales son un buen indicador de la disponibilidad de nitrógeno para el cultivo. Estudios desarrollados en el sudeste bonaerense muestran que las respuestas a la fertilización no son significativas en suelos con más de 50 kg de N/ha en los primeros 60 cm. 

En el oeste de Buenos Aires, Duarte y col, (1999) observaron respuestas que se traducían en mejores resultados económicos ante el agregado de urea, en más del 90% de los sitios en los que los suelos presentaban niveles de N menores a 30 kg/ha. En el este de la provincia de La Pampa y en el sur de Córdoba, las mayores respuestas al uso de fertilizantes nitrogenados se pueden esperar en suelos con niveles medios a altos de P y con bajos contenidos de materia orgánica y de N total (Bono y col., 1999). Los rendimientos en grano de los cultivos de girasol en Entre Ríos se vieron favorecidos por aumentos en la oferta de nitrógeno en especial en suelos con poca disponibilidad de nitrógeno en el momento de la siembra o con escasa capacidad de brindarlo por mineralización. 

La producción de materia grasa tiene un requerimiento energético mayor que la producción de hidratos de carbono en los cereales, por lo que la eficiencia de aprovechamiento del nitrógeno es significativamente menor en girasol que en otros cultivos de cosecha. Si bien son ampliamente reconocidas las reducciones en los contenidos de materia grasa en la medida que se incrementan los niveles de proteína bruta de los granos al aumentar la disponibilidad de nitrógeno, resultados de estudios realizados en Entre Ríos y en el Oeste bonaerense muestran que las respuestas ajustadas (a una base de 42% de materia grasa) o la producción de aceite (rendimiento en grano por su concentración de materia grasa) aún presentan aumentos significativos respecto de los tratamientos sin fertilizar.

Respecto de las herramientas de diagnóstico de las necesidades de fertilización nitrogenada, la información disponible es muy variada. Los análisis de suelos han mostrado comportamientos adecuados en estudios desarrollados en Entre Ríos y en el sudeste bonaerense, fundamentalmente en suelos someros en los que el espesor explotable por las raíces es limitado. Otras metodologías, aún en desarrollo y calibración, consideran los análisis en plantas, como las desarrolladas para diagnóstico y recomendación de nutrición nitrogenada en maíz y trigo; entre éstas se encuentra el uso de curvas de dilución del nitrógeno total a partir de la biomasa (materia seca). En estadios de desarrollo vegetativo del cultivo, se puede estimar el contenido de nitrógeno por encima del cual el crecimiento no se encuentra limitado, en condiciones de adecuada provisión de agua y otros nutrientes. La concentración de nitrógeno en la planta permite alcanzar la máxima tasa de crecimiento se denomina concentración crítica, la cual varía de acuerdo con la cantidad de biomasa.

Estudios en desarrollo en la región de la Pampa Arenosa muestran que al incrementarse el contenido de nitrógeno total disponible en el tratamiento testigo (sin fertilización nitrogenada) la respuesta al agregado de nitrógeno disminuye significativamente. Con concentraciones de nitrógeno en la planta superiores a 3,5% no se esperarían respuestas al agregado de este nutriente, coincidiendo con observaciones realizadas en el sudeste bonaerense por González Montaner y col. (1995). 

Otro indicador útil para la detección de deficiencias tempranas de nitrógeno es el índice de nutrición nitrogenada (INN). Este índice se calcula como el cociente entre la concentración de N en el cultivo y la concentración crítica estimada a partir de la materia seca. En la medida en que el INN tiende a la unidad la respuesta ante el agregado de nitrógeno disminuye, independientemente de la dosis aplicada. 

La concentración de nitratos en la base del pecíolo de la hoja más joven también refleja una medida del estado nutricional del cultivo en estadios vegetativos, pudiéndose emplear como alternativa de diagnóstico. Como el contenido de nitrógeno en la planta se encuentra estrechamente vinculado con la concentración de clorofila, la lectura de la intensidad de ésta serviría como indicadora del estado de nutrición nitrogenada del cultivo. No obstante, estudios desarrollados en el sudeste bonaerense (González Montaner y col., 1995) y en el oeste bonaerense (Díaz-Zorita, datos no publicados) muestran una débil relación entre la proporción de nitrógeno en la planta entera y las lecturas del clorofilómetro o SPAD, pero más estrecha con los niveles de N en el suelo en el momento de la medición (Díaz-Zorita y Grosso, 2000). 


Fertilización con boro

El girasol es una planta particularmente sensible a las deficiencias de boro, por lo que esta característica ha sido empleada para el análisis de niveles edáficos de este elemento. Por el contrario, sólo recientemente y en sistemas intensivos de producción se ha reconocido la importancia económica de esta menor disponibilidad. Las deficiencias se manifiestan al emerger las plántulas (como fallas en el desarrollo y la expansión de los cotiledones), al aparecer las hojas (se muestran pequeñas y deformadas, con manchas pardo-rojizas) y durante el desarrollo del cultivo (a través de la rotura del tallo y la caída de los capítulos, con un mal llenado de los capítulos, adelantamiento de la madurez, etc.). El sistema radical de las plantas también se ve afectado, ya que la elongación de las raíces se detiene en condiciones de deficiencia severa de este elemento nutritivo. 

Los suelos de textura más fina presentan valores de boro soluble más altos que los de textura gruesa, lo cual está relacionado en parte con las pérdidas que se producen por lavado. Según Ratto de Miguez y Diggs (1990) el área correspondiente al noroeste bonaerense está expuesta con mayor probabilidad que otras áreas de la región pampeana a la ocurrencia de casos de carencias en este elemento. Las deficiencias de boro dependen no sólo de la disponibilidad de este elemento en el suelo, sino también de la ocurrencia de situaciones extremas de temperatura y de deficiencias hídricas que alteran su normal provisión a las plantas. Las altas temperaturas y las sequías regulan la provisión de boro e intensifican los riesgos de aparición de su carencia. Estudios en el oeste bonaerense describen mayores niveles de respuesta en campañas con baja provisión de agua, que en campañas con adecuadas condiciones de provisión de agua para los cultivos.

El girasol es una planta particularmente sensible a las deficiencias de boro, por lo que esta característica ha sido empleada para el análisis de niveles edáficos de este elemento. Por el contrario, sólo recientemente y en sistemas intensivos de producción se ha reconocido la importancia económica de esta menor disponibilidad. Las deficiencias se manifiestan al emerger las plántulas (como fallas en el desarrollo y la expansión de los cotiledones), al aparecer las hojas (se muestran pequeñas y deformadas, con manchas pardo-rojizas) y durante el desarrollo de¡ cultivo (a través de la rotura del tallo y la caída de los capítulos, con un mal llenado de los capítulos, adelantamiento de la madurez, etc.). El sistema radical de las plantas también se ve afectado, ya que la elongación de las raíces se detiene en condiciones de deficiencia severa de este elemento nutritivo. 

Los suelos de textura más fina presentan valores de boro soluble más altos que los de textura gruesa, lo cual está relacionado en parte con las pérdidas que se producen por lavado. Según Ratto de Miguez y Diggs (1990) el área correspondiente al noroeste bonaerense está expuesta con mayor probabilidad que otras áreas de la región pampeana a la ocurrencia de casos de carencias en este elemento. Las deficiencias de boro dependen no sólo de la disponibilidad de este elemento en el suelo, sino también de la ocurrencia de situaciones extremas de temperatura y de deficiencias hídricas que alteran su normal provisión a las plantas. Las altas temperaturas y las sequías regulan la provisión de boro e intensifican los riesgos de aparición de su carencia. Estudios en el oeste bonaerense describen mayores niveles de respuesta en campañas con baja provisión de agua, que en campañas con adecuadas condiciones de provisión de agua para los cultivos.

Existen diversas metodologías de evaluación de la susceptibilidad del cultivo a las carencias de boro. En general, los análisis de material vegetal (plántulas de hasta 30 días de emergidas, hojas en floración) no resultan confiables, dada la heterogeneidad de materiales genéticos presentes en el mercado y las interacciones entre productividad de materia seca y la ocurrencia de interferencias por factores de manejo (como por ejemplo las aplicaciones de herbicidas). Los métodos de diagnóstico a través del análisis de suelos son relativamente sensibles, si se consideran los tipos de suelos y otras propiedades ambientales. Por ejemplo, sobre la base de 13 lotes de experimentación en el oeste de Buenos Aires, el 70% de las diferencias en la respuesta a la aplicación foliar de boro fueron explicados por las variaciones en los contenidos de boro en los suelos, determinados por el método de Mehlich. Otros estudios sugieren que el reconocimiento visual y la cuantificación de síntomas se relaciona estrechamente con los incrementos en la producción por agregado de este elemento (Diggs y col., 1992). 

Las deficiencias de boro pueden ser prevenidas o corregidas tanto con aplicaciones del nutriente al suelo como con aplicaciones foliares. En la Región Pampeana se han descripto incrementos medios del 20% (Diggs y col., 1992) y de hasta el 33% en el oeste bonaerense (Díaz-Zorita y Duarte, 1998 ) en la producción de cultivos de girasol, mediante aplicaciones foliares. En la mejora de la productividad de los cultivos no sólo se observan incrementos en los rendimientos en grano, sino también en el crecimiento de las plantas y en algunos casos en su concentración de materia grasa. 


Fertilizadas combinadas con azufre

Las fertilizaciones con fuentes azufradas (sulfato de amonio, sulfonitrato de amonio, etc.) están teniendo una creciente difusión en cultivos de cosecha y pasturas en la Pampa Húmeda. Esta práctica se emplea para cubrir deficiencias de azufre en suelos con potenciales deficiencias, principalmente arenosos y con moderados contenidos de materia orgánica, o para suplir deficiencias en cultivos de alta producción fertilizados con nitrógeno. Las experiencias de fertilización de cultivos de girasol con fuentes azufradas son menos frecuentes que las observadas en otros cultivos y presentan resultados variables. 

Bono y col., (1999), luego de 3 años de estudios y 44 estudios de fertilización en la región semiárida pampeana, observaron que para lograr cultivos de girasol de alto rendimiento en el área sur de Córdoba se requiere de la aplicación conjunta de nitrógeno, fósforo y azufre. No obstante, en ambientes de menor productividad tales como los evaluados en la región de la planicie arenosa o la planicie con tosca en el este y en el norte de La Pampa, la aplicación de azufre no contribuiría significativamente con el logro de cultivos de alto rendimiento. Resultados preliminares en el oeste bonaerense muestran que el reemplazo de la urea por fuentes de nitrógeno con azufre, tales como el sulfato de amonio, podría ser una posibilidad para atenuar los efectos negativos de excesos nitrogenados sobre la producción de grano en condiciones de abundantes precipitaciones (Grosso y Díaz-Zorita, inédito). 

Autor:  Ing. Agr. Martín Diaz-Zorita
Fuente: Revista Agromercado. (Suplemento Girasol). Año 2000

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